¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? — Salmos 116:12 (RVC)
Esta pregunta, formulada por el salmista, nace del asombro y la gratitud. Cuando miramos hacia atrás y vemos la fidelidad de Dios —cómo nos ha sostenido en la prueba, cómo nos ha proveído, cómo ha consolado nuestro corazón roto— no podemos evitar preguntarnos: ¿Qué puedo hacer para agradecer tanto amor?
La verdad es que no hay forma de «pagarle» a Dios. Su gracia es un regalo inmerecido, y su amor no tiene precio. Pero aunque no podamos retribuirle en términos humanos, sí podemos responderle. Y esa respuesta no se mide en grandeza, sino en sinceridad.
Podemos retribuir al Señor con nuestra gratitud diaria. No una gratitud sólo de labios, sino una que se traduce en obediencia, en vivir de manera que honre su nombre. Podemos retribuirle sirviendo a otros con el mismo amor con el que Él nos sirve. Cuando ayudamos, perdonamos, abrazamos o escuchamos, estamos reflejando algo del corazón de Dios.
También podemos retribuirle con nuestra entrega. No se trata de perfección, sino de disposición: “Aquí estoy, Señor, haz tu voluntad en mí”. A veces, la mayor ofrenda que podemos dar es un corazón rendido.
Finalmente, podemos alzar la copa de la salvación, como dice Salmos 116:13. Es decir, podemos vivir conscientes del regalo de la redención, celebrándolo, proclamándolo, compartiéndolo.
El Señor no busca pagos, busca nuestros corazones. No espera que le compensemos, espera que le respondamos con amor. Porque el amor verdadero no se devuelve como una deuda, se multiplica con gratitud.
¿Cómo retribuir al Señor? Viviendo para Él, confiando en Él, amándolo como Él nos amó primero.
