11-03-2025
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El Señor es mi Consuelo

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).

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Hay momentos en la vida en los que el alma parece quebrarse bajo el peso de la tristeza, el dolor o la incertidumbre. Caminamos por valles oscuros, donde la esperanza parece desvanecerse y las lágrimas se convierten en compañeras silenciosas. Sin embargo, es en esos momentos cuando la dulce presencia del Señor se hace más cercana, más real, y su consuelo desciende como un susurro de amor al corazón herido.

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones” (2 Corintios 1:3-4).

Qué hermoso es saber que tenemos un Dios que no permanece indiferente ante nuestro sufrimiento. Él es el Padre de misericordias, el que conoce cada lágrima que derramamos, cada suspiro que brota desde lo más profundo de nuestro ser. Su consuelo no es pasajero ni superficial; es un bálsamo que sana, que fortalece, que da vida.

Cuando el alma está cansada y los pensamientos se llenan de temores, el Señor se acerca con ternura y nos recuerda: “Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros” (Isaías 66:13).

¡Qué imagen tan preciosa! El consuelo de Dios es como el abrazo cálido de una madre que acoge, que calma, que protege. En su regazo encontramos descanso. En su voz suave hallamos palabras de esperanza que disipan la oscuridad.

Amado hermano, amada hermana, si hoy sientes que las fuerzas te abandonan, si el camino parece largo y difícil, recuerda que el Señor está a tu lado. Él es tu consuelo en la soledad, tu refugio en la tormenta, tu paz en medio de la angustia. Él recoge tus lágrimas y las convierte en semillas de esperanza.

David lo expresó con confianza:

“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmo 23:4).

Así es nuestro Dios: el que camina con nosotros en cada valle, el que sostiene nuestra mano temblorosa y nos da aliento para continuar. Su consuelo no siempre quita el dolor de inmediato, pero nos envuelve con su presencia, nos recuerda que no estamos solos, y nos da la fuerza necesaria para seguir adelante.

Hoy te invito a descansar en el consuelo del Señor. Cierra los ojos, inclina tu corazón ante Él, y deja que su amor te abrace. Permite que su Espíritu te ministre, que sus palabras te llenen de esperanza:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).

Él está aquí. Él es tu consuelo eterno.

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