En el mundo evangélico contemporáneo abundan los llamados predicadores del éxito. Algunos se autodenominan “coachs de vida”, otros utilizan títulos más clásicos, pero todos comparten un mismo eje: predican que la Biblia es, en esencia, un manual para alcanzar prosperidad material, salud perfecta y reconocimiento social.
El atractivo de su discurso es indudable, pero la pregunta que debemos hacernos es: ¿qué tan cerca o qué tan lejos de Dios están quienes convierten el Evangelio en una fórmula de éxito?
La promesa permanente
Estos predicadores suelen proclamar que el éxito está al alcance de la mano, siempre y cuando se adopte su “mirada bíblica”. Y si no se alcanzan los resultados, el argumento se repite: “te falta fe, compromiso, constancia”.
De esta manera, la promesa nunca se agota. El fracaso del oyente no se interpreta como engaño, sino como falta personal de convicción. Esa estrategia convierte su mensaje en un círculo interminable que impide la decepción.
Testimonios y símbolos de prosperidad
Los predicadores del éxito se muestran a sí mismos como prueba viviente de su doctrina. Sus trajes, sus autos, sus casas o sus viajes funcionan como evidencias visibles de que la prosperidad es real.
Además, siempre hay testimonios de fieles que aseguran haber prosperado gracias a su enseñanza. Así, la comunidad interpreta esos casos como señal de que la fórmula funciona, y de que sólo es cuestión de tiempo para alcanzarla.
El poder de lo emocional
El mensaje del éxito se acompaña de música vibrante, frases motivacionales y ambientes intensamente emocionales. Para los fieles, esa atmósfera es un alivio momentáneo frente a una vida que muchas veces está marcada por la pobreza, el desempleo o la frustración.
Aunque la realidad siga igual al salir del recinto de predicación, el sentimiento experimentado durante la prédica alimenta la esperanza y motiva a volver a escucharlo con los mismos argumentos, los mismos propósitos y sólo varían, se acaso, los pasajes bíblicos.
La necesidad humana de esperanza
En contextos de carencia, de sufrimiento o soledad, escuchar que “Dios te quiere rico, sano y exitoso” resulta profundamente atractivo. Es un mensaje que otorga dignidad y valor a quienes han sido marginados. La esperanza de un futuro mejor, aunque nunca llegue en términos materiales, sostiene la fe. Esa promesa se convierte en motor espiritual y psicológico que muchos no están dispuestos a perder.
Una comunidad difícil de abandonar
Alrededor de estas prédicas se construyen comunidades cohesionadas, con un fuerte sentido de identidad y pertenencia.
Salirse de esa visión no sólo implica dudar del mensaje, sino también arriesgarse a quedar fuera del círculo social. Eso dificulta la crítica y hace que muchos permanezcan fieles a esos líderes durante años.
El carisma del predicador
No hay que olvidar el factor humano: muchos de estos líderes son grandes comunicadores, carismáticos, empáticos y cercanos.
La relación con el predicador no es sólo doctrinal, sino también emocional. La admiración y la confianza personal refuerzan la permanencia de los fieles en sus filas.
¿Éxito según quién?
La Biblia sí habla de victoria, plenitud y bendición, pero no los mide con los parámetros del mercado. El “éxito” según Dios es dar fruto de justicia, vivir en paz, ser fiel a Cristo, practicar la caridad y perseverar en la fe.
El apóstol Pablo vivió en abundancia y en pobreza, pero siempre sostuvo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4,13).
El riesgo de los predicadores del éxito es reducir el Evangelio a una fórmula de autoayuda. Cristo deja de ser el fin último y se convierte en un medio para alcanzar logros humanos. La cruz, el sacrificio y la solidaridad con los pobres quedan en segundo plano.
Criterio de discernimiento
La clave está en preguntar:
- ¿Este mensaje acerca a los fieles a Cristo, al amor al prójimo y a la esperanza eterna?
- ¿O más bien convierte la fe en negocio, promueve la acumulación y alimenta el egoísmo?
Si es lo primero, hay cercanía con Dios, aunque hable de prosperidad. Si es lo segundo, se corre el riesgo de estar lejos del corazón del Evangelio, aunque se cite la Biblia en cada frase.
Los predicadores del éxito se sostienen porque ofrecen promesas constantes, crean comunidades cohesionadas, alimentan la emoción y ofrecen símbolos visibles de prosperidad.
Pero el creyente maduro debe discernir entre la esperanza genuina del Evangelio y la ilusión de un éxito vacío. El verdadero éxito no es acumular riquezas, sino vivir en comunión con Cristo, amar a los demás y dar testimonio del Reino, incluso en medio de pruebas y fracasos humanos.