La creciente cercanía entre pastores y líderes políticos plantea preguntas serias. ¿Quién busca a quién? ¿Quién se beneficia realmente? Más allá de las intenciones, esta relación nunca resulta sana ni para las iglesias ni para la sociedad.
En distintos momentos de la historia, la fe ha sido utilizada como moneda de cambio en el terreno político. Desde la colonia hasta nuestros días, gobernantes han buscado en las iglesias un respaldo moral para legitimar sus proyectos, mientras que líderes religiosos han visto en la política la posibilidad de obtener protección jurídica, recursos o influencia.
En tiempos recientes, hemos visto cómo algunos grupos religiosos han dado pasos abiertos hacia la política organizada. El caso de organizaciones como Humanismo Mexicano, vinculada con La Luz del Mundo, genera preguntas incómodas: ¿qué gana una iglesia al estar tan cerca del poder? ¿qué gana un político al abrir espacio a pastores y líderes religiosos?
Riesgos para el testimonio cristiano
Cuando la fe se entrelaza con intereses políticos, la consecuencia inmediata suele ser la pérdida de credibilidad. El pueblo percibe que el mensaje del Evangelio se diluye en conveniencias electorales o en la búsqueda de favores legales. Y eso daña el testimonio, porque la Iglesia es llamada a ser voz profética, no clientela electoral.
Además, en países como México, donde la Constitución establece la separación Iglesia–Estado, estas alianzas pueden terminar en conflictos legales o en escándalos que ponen en entredicho la integridad de las comunidades de fe.
Lecciones para los pastores evangélicos
El apóstol Pablo recordó que “nuestra ciudadanía está en los cielos” (Filipenses 3:20). Esto no significa desentendernos de lo público —pues somos llamados a orar por nuestras autoridades y ser luz en la sociedad—, pero sí evitar que la Iglesia sea confundida con un actor político.
Un pastor que se acerca demasiado a un partido corre el riesgo de dividir a su congregación, de contaminar su mensaje y de perder autoridad espiritual. Y un político que instrumentaliza la fe para atraer votos no está sirviendo ni al pueblo ni a Dios, sino a intereses inmediatos.
Un llamado fraternal
Hoy necesitamos líderes evangélicos que sean capaces de mantener distancia prudente frente a las tentaciones de la política. No se trata de encerrarse en los templos, sino de influir desde la integridad, la verdad y la justicia.
La mejor manera de aportar al bien común es con una Iglesia libre de ataduras, fiel al Evangelio y comprometida con la sociedad, sin prestarse a juegos de poder.
En ese camino, la pregunta no debería ser “¿quién se beneficia de la cercanía entre pastores y políticos?”, sino “¿qué dice el Señor acerca de nuestro testimonio?”. La respuesta, con toda claridad, es que la fe no puede ser usada como escalera al poder.