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¿Qué es la Gloria de Dios?

En muchas ocasiones los creyentes hablamos de la gloria de Dios sin detenernos a pensar en lo que realmente significa. Decimos “a Dios sea la gloria” o “la gloria es de Él”, pero ¿qué es esa gloria? ¿Una luz, un poder, una presencia? La Biblia nos enseña que la gloria de Dios es mucho más que un símbolo de majestad; es la manifestación visible y palpable de quién es Él: su santidad, su amor, su justicia y su poder revelados a la creación.

La gloria como manifestación de la presencia divina

En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea «kabod» —que literalmente significa “peso” o “importancia”— expresa la idea de la grandeza y majestad de Dios

Cuando la gloria de Dios llenaba el tabernáculo o el templo (Éxodo 40:34; 1 Reyes 8:10-11), no era una metáfora: era una presencia real que hacía temblar a quienes la presenciaban. Era el Dios invisible haciéndose perceptible.

El teólogo evangélico John Piper explica que “la gloria de Dios es la manifestación pública de su santidad”, es decir, el resplandor visible de su perfección moral. Dios es santo en esencia, pero cuando su santidad se revela, eso es su gloria. Piper agrega: “La gloria de Dios es el valor infinito y la belleza de su perfección” (Desiring God, 1986).

Cristo, plenitud de la gloria

En el Nuevo Testamento, la gloria de Dios se hace personal en Cristo. Juan lo declara con fuerza:

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” —Juan 1:14

Jesús no solo mostró la gloria de Dios; Él es la gloria de Dios encarnada. Por eso el autor de Hebreos lo llama “el resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia” (Hebreos 1:3). En Jesús, la gloria ya no es una nube que llena un templo, sino un rostro humano que ama, perdona y salva.

Wayne Grudem, en su Teología Sistemática, señala que “la gloria de Dios es el honor que pertenece a Dios por ser quien es, y es también la expresión visible de sus atributos”. Es decir, cuando Jesús sanaba, perdonaba o moría en la cruz, estaba revelando el carácter glorioso del Padre.

La gloria en nosotros y a través de nosotros

Sorprendentemente, la Biblia enseña que la gloria de Dios no se queda solo en Él. Pablo dice que todos los creyentes “somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen del Señor” (2 Corintios 3:18). 

Entonces, desde la perspectiva paulina, la gloria de Dios se refleja en la vida del creyente cuando ama, sirve, perdona y camina en santidad.

El pastor Charles Spurgeon lo expresaba así: “El propósito supremo de todo lo creado es la gloria de Dios. El cristiano no puede aspirar a nada más alto que reflejarla con su vida” (*). 

La gloria divina, por tanto, no es solo objeto de adoración, sino también vocación del creyente.

La gloria futura

Finalmente, la gloria de Dios tiene una dimensión eterna. Romanos 8:18 nos recuerda:

“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”.

En el Reino definitivo, veremos su gloria cara a cara (Apocalipsis 21:23). No habrá templo ni sol, porque “la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera”. 

Lo que comenzó como un destello en el Sinaí se consumará en una eternidad de luz.

La gloria de Dios no es un concepto abstracto: es su presencia activa en el mundo y en el creyente. Es su belleza moral, su santidad visible, su amor hecho carne en Cristo. Vivir para su gloria no significa buscar nuestra desaparición, sino permitir que su luz brille a través de nosotros.

“Porque de Él, y por Él, y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén” — Romanos 11:36

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Nota:

(*) La frase “El propósito supremo de todo lo creado es la gloria de Dios” (o variantes como “El fin principal de todo lo que existe es la gloria de Dios”) no proviene de una cita literal y única de Spurgeon en una obra específica, sino que resume una idea central repetida a lo largo de su predicación y escritos, especialmente en su teología de la adoración y de la soberanía divina.

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