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“Donde se reúnen dos o tres”: la presencia viva de Cristo en la comunidad

La promesa de Jesús en Mateo —“donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”— suele citarse con tanta frecuencia que, paradójicamente, su riqueza espiritual corre el riesgo de diluirse. 

Con frecuencia se emplea como un recurso para consolar reuniones pequeñas o justificar encuentros con poca asistencia. Sin embargo, esta frase en realidad no habla de números, sino de la calidad espiritual del encuentro donde la presencia viva de Cristo se vuelve posible.

Estas palabras forman parte del discurso eclesial de Mateo 18, una enseñanza centrada en la reconciliación, la corrección fraterna y el cuidado mutuo. Jesús no describe aquí una espiritualidad del aislamiento, sino una comunidad que aprende a sanar y restaurar. 

Por eso, cuando afirma que estará “en medio”, está hablando de la presencia que se manifiesta cuando sus discípulos se comprometen con la comunión auténtica. Joachim Jeremias subrayó que la promesa no es un elogio de cualquier reunión ocasional, sino de la comunidad que busca la reconciliación conforme al Evangelio¹

Joseph Ratzinger coincide al afirmar que Cristo se hace presente allí donde la comunidad camina el difícil sendero del perdón y la escucha mutua². Jeremías y Ratzinger, desde horizontes distintos, coinciden en que la presencia del Señor está íntimamente ligada a la fidelidad al espíritu de Mateo 18.

Reunirse “en el nombre de Jesús” tampoco es una fórmula piadosa. En la tradición bíblica, el nombre representa identidad, autoridad y presencia. Reunirse “en su nombre” significa colocarse bajo su enseñanza, dejar que su Palabra juzgue nuestros criterios y aceptar que la autoridad de Cristo es el fundamento del encuentro. 

Dietrich Bonhoeffer lo expresó con especial profundidad al afirmar que la comunidad cristiana no nace de afinidades espirituales, sino de la realidad de Cristo mismo que la convoca y sostiene³. No basta un grupo reunido por simpatía religiosa; se necesita un corazón dispuesto a obedecer al Evangelio.

Cuando Jesús dice “estoy en medio”, anuncia una presencia real, no meramente simbólica. John Wesley describía esta presencia como una acción concreta de Cristo en quienes buscan vivir la santidad y la misericordia. Incluso Karl Barth sostenía que Cristo “toma su lugar en la asamblea” cuando la comunidad se somete a su Palabra y permite que ella sea su norma

Benedicto XVI, en la misma línea, insistía en que esta presencia se vuelve efectiva cuando la comunidad discierne según el Evangelio y no según intereses humanos². En voces tan diversas resuena una misma verdad: Cristo se hace presente cuando la comunidad quiere obedecerle juntos.

De aquí nacen dos aclaraciones importantes:

La primera aclaración es que este pasaje no autoriza a considerar como “Iglesia” cualquier reunión informal en un café o en una casa solo por hablar de Dios. Bonhoeffer advirtió que la comunidad cristiana no se funda en afinidades espirituales, sino en la obediencia común a Cristo³

La segunda aclaración es que no se necesita un templo institucional o una gran asamblea para que Cristo esté presente. Ignacio de Antioquía lo había expresado ya en el siglo I: “donde está Cristo Jesús, allí está la Iglesia”

Es la fidelidad al Evangelio, no el número ni la estructura ni la solemnidad— lo que hace que una reunión pueda convertirse en lugar de presencia divina.

Todo esto resulta especialmente necesario en un tiempo marcado por espiritualidades individuales y religiosidades a solas. Muchos buscan creer “a su manera”, sin comunidad, sin corrección, sin responsabilidad mutua. 

Pero Jesús no promete su presencia simplemente al individuo aislado, sino a aquellos que se atreven a caminar juntos, a escuchar al otro, a perdonar, a discernir con humildad, a cargar las cargas ajenas y dejarse cargar. 

Stanley Hauerwas lo expresó con lucidez cuando afirmó que la comunidad cristiana es el pueblo que aprende a confiar en Dios practicando el perdón y la esperanza⁷. Eso es precisamente lo que Mateo 18 reclama y sostiene.

De este modo, la frase “donde dos o tres se reúnen en mi nombre” se revela como una invitación profunda: vivir la fe de manera encarnada y comunitaria, no como una experiencia solitaria. 

No es un mínimo legalista ni una excusa para justificar el desencanto religioso. Es la afirmación de que la presencia del Señor se manifiesta con la misma fuerza en una pequeña reunión sincera como en la gran asamblea litúrgica, siempre que el centro sea el Evangelio y la búsqueda de la reconciliación. 

Allí donde dos o tres buscan la verdad, la justicia, la misericordia y la comunión, allí Cristo está realmente en medio.

Notas

  1. Joachim Jeremias, The Parables of Jesus, London: SCM Press.
  2. Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Jesús de Nazaret, Vol. I, Madrid: La Esfera de los Libros.
  3. Dietrich Bonhoeffer, Vida en comunidad, Salamanca: Sígueme.
  4. John Wesley, Sermons on Several Occasions, Sermón 24, “Upon Our Lord’s Sermon on the Mount”.
  5. Karl Barth, Church Dogmatics, Vol. I/1, Edinburgh: T&T Clark.
  6. Ignacio de Antioquía, Carta a los Esmirniotas 8,2.
  7. Stanley Hauerwas, A Community of Character, Notre Dame: University of Notre Dame Press.
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