InicioTeología Pastoral y EclesiologíaPerdón y reconciliación: ética del enemigo y práctica eclesial

Perdón y reconciliación: ética del enemigo y práctica eclesial

El perdón no es un ideal imposible, sino el modo cristiano de habitar el mundo.

El perdón como salida al encuentro del otro

El Evangelio no propone el perdón como un gesto reservado a los santos, sino como una forma concreta de vivir en un mundo herido. Cuando Jesús dice “Amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen” (Mt 5,44), no invita al sentimentalismo ni a la resignación, sino a una revolución ética: romper la lógica de la venganza y abrir un camino donde la gracia pueda tener la última palabra.

Perdonar, en este sentido, no es un acto de debilidad sino de fuerza interior. No es negar el daño, sino negarse a reproducirlo. El perdón auténtico no se convierte en olvido, sino en el deseo de no permitir que el mal determine el futuro. Es un movimiento hacia el otro, un paso fuera de uno mismo que tiene su raíz en la libertad de Dios.

La ética del enemigo: amar sin justificar

La llamada “ética del enemigo” nos recuerda que amar no significa aprobar. Jesús no pidió que se negara la injusticia, sino que se respondiera a ella de manera distinta. El amor cristiano al enemigo es un acto de lucidez moral, no de ingenuidad. Reconoce el mal sin dejarse modelar por él.

Amar al enemigo es reconocer su humanidad incluso cuando ha traicionado la nuestra. Es afirmar que la dignidad no se pierde ni siquiera bajo el peso del pecado. Por eso, el perdón cristiano no es un acto moral sino una participación en la redención: en el acto de perdonar, el creyente permite que la misericordia de Dios se haga presente allí donde parecía imposible.

El perdón no como terapia, sino como comunión

En muchos discursos pastorales, el perdón se presenta como un medio para alcanzar la paz interior del ofendido. Se dice que perdonar es liberarse del rencor, sanar el alma, recuperar la serenidad. Y aunque todo eso puede ser cierto, el Evangelio no lo propone por esa razón.

Pensar el perdón solo en términos del bienestar del herido reduce su pureza evangélica. El perdón no es una técnica emocional ni un remedio psicológico, sino un modo de participar en la redención del otro. No busca la tranquilidad personal, sino la restauración de la comunión rota. En este sentido, no se trata de un acto puntual, sino de un proceso que implica tiempo, gracia y decisión.

El perdón, cuando es auténtico, tiene un sujeto doble: quien perdona y quien puede ser redimido. Si el perdón solo beneficia al ofendido, se queda en la frontera de lo humano; si abre una posibilidad de vida para el agresor, entra en el misterio de lo divino.

Teología que toca la vida

La teología, como camino de comprensión de la fe, no puede quedarse en el pensamiento abstracto. De poco sirve una teología que no transforme la vida, así como de poco sirven las matemáticas si no nos ayudan a entender el universo. La fe busca comprender para amar mejor, y amar mejor implica acercarse al prójimo, incluso al enemigo.

El Evangelio no nos habla del perdón como una utopía moral, sino como una forma de vivir el Reino de Dios en la tierra. Perdonar no es un ideal inalcanzable, sino una posibilidad que se nos concede a través de la gracia. La pregunta, sin embargo, permanece: ¿cómo es posible perdonar al que nos ha causado un daño innombrable —al asesino, al traidor, al que nos despojó de lo indispensable para vivir—?

Jesús no ofreció una teoría, sino un ejemplo. En la cruz, sin justicia ni reparación, pronunció las palabras más desafiantes del Evangelio: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” El perdón no se siente: se decide. No borra el pasado, pero abre la puerta al futuro. Perdonar setenta veces siete no es claudicar ante el mal, sino afirmar que el bien sigue siendo posible.

La reconciliación como práctica eclesial

Si la Iglesia desea ser signo del Reino, debe encarnar el perdón que proclama. No basta con predicar la misericordia; hay que vivirla. La reconciliación no puede limitarse a un rito, sino que debe traducirse en formas concretas de comunión: entre los creyentes, entre las generaciones, entre la Iglesia y el mundo.

En contextos marcados por la violencia y la división, la comunidad cristiana está llamada a ser laboratorio del perdón. Allí donde el odio ha hecho su nido, la Iglesia puede mostrar que la justicia y la misericordia no son opuestas, sino caminos complementarios hacia la verdad.

Amar lo imposible

El perdón no es un gesto de superioridad moral, sino una forma de esperanza activa. La ética del enemigo nos enseña que la reconciliación no comienza cuando el otro cambia, sino cuando nosotros dejamos de vivir definidos por su ofensa.

Perdonar no significa olvidar el mal, sino recordarlo de otra manera, desde la cruz donde el amor y la justicia se abrazan. Solo una Iglesia que perdona con verdad podrá anunciar un Evangelio creíble en un mundo que ha olvidado cómo reconciliarse.

RELATED ARTICLES

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Most Popular

Recent Comments