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La Biblia: Palabra de Dios, no manual de ciencia

Muchos creyentes se han encontrado alguna vez con una pregunta incómoda: ¿qué pasa cuando la Biblia describe cosas que no parecen científicamente correctas o que reflejan costumbres hoy superadas? ¿Debemos defenderla como si fuera un libro de biología, astronomía o pedagogía?

La respuesta es sencilla y liberadora: la Biblia nunca quiso ser un libro de ciencia, de historia detallada o de métodos educativos. Su misión es mucho más grande: mostrarnos quién es Dios, cómo se relaciona con nosotros y cómo podemos alcanzar la salvación.

Escrita en un tiempo y en una cultura

Los escritores bíblicos fueron hombres de carne y hueso, hijos de su tiempo, con la cultura, las palabras y los conocimientos disponibles en su época. Por eso hablan del sol y la luna como “las dos lumbreras”, aunque hoy sabemos que la luna no brilla por sí misma. O llaman “pez” a la ballena, aunque científicamente no lo sea.

Lo mismo ocurre en temas de disciplina o de roles sociales. Textos que recomiendan la corrección física a los hijos reflejan la pedagogía antigua, no un mandato eterno. Palabras que colocan al hombre por encima de la mujer reflejan estructuras patriarcales, pero no anulan el mensaje más profundo de igualdad y dignidad que también encontramos en la Escritura.

Una verdad más alta

Todo esto no debilita la fe, sino que la hace más madura. La Biblia es totalmente verdadera en lo que Dios quiso enseñarnos para nuestra salvación. Es decir, puede haber expresiones culturales limitadas, pero lo que nunca falta es la verdad eterna:

  • Dios es creador y señor de todo.
  • El ser humano es amado, llamado a la libertad y responsable de sus actos.
  • La salvación nos llega en plenitud por medio de Jesucristo.

Diversidad de géneros, diversidad de lecturas

No toda la Biblia se lee de la misma manera. Un salmo es poesía y no debe juzgarse como geografía. Una parábola no es un reporte histórico, sino una enseñanza viva. El Génesis no es un manual de cosmología, sino una confesión de fe en un Dios que da orden y sentido al universo.

Cuando olvidamos esta diversidad y reducimos la Escritura a “ciencia antigua”, no solo la malinterpretamos: también la empobrecemos.

Hacia una fe más adulta

Muchos tropiezan cuando tratan de defender la Biblia como si fuera un libro de datos exactos. Pero en realidad, el verdadero creyente es aquel que descubre en ella la voz de Dios que salva, aunque hable en el lenguaje humano de hace miles de años.

La Biblia no pretende enseñarnos cómo se formaron las estrellas ni cuál es la mejor manera de educar a un niño; su propósito es mucho más trascendente: revelar a Cristo y darnos vida en abundancia.

Y cuando entendemos esto, nuestra fe crece. Ya no nos escandalizamos porque un pasaje suene culturalmente anticuado. Al contrario, aprendemos a escuchar la Palabra eterna que se comunica a través de palabras humanas limitadas.

La Biblia no es un libro de ciencia ni de historia ni de pedagogía. Es la Palabra viva de Dios, y en ella encontramos la única verdad que importa: la salvación en Jesucristo.

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