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Dios abre camino en medio del desierto

En la vida cristiana hay momentos que se parecen a un desierto: sequedad espiritual, pruebas que parecen interminables, puertas cerradas, promesas que aún no llegan. 

El desierto en la Biblia no es solamente un lugar geográfico, es un símbolo de la fragilidad humana y de nuestra necesidad absoluta de Dios. Y, sin embargo, es precisamente allí donde el Señor muestra su poder de manera más sorprendente.

El desierto en la Biblia

Cuando Israel salió de Egipto, su primera parada fue el desierto. Allí no había pan ni agua, pero cada mañana caía el maná del cielo y de la roca brotaba agua para el pueblo (Éxodo 16–17). El desierto se convirtió en una escuela de dependencia: Dios les enseñaba que su fidelidad no depende de las circunstancias.

El profeta Isaías lo proclamó con palabras de esperanza:

“He aquí que yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad” (Isaías 43:19).

Ese mensaje no era poesía para tiempos fáciles, sino promesa para un pueblo herido y exiliado.

El desierto de nuestras vidas

Hoy también enfrentamos desiertos. Para algunos, es el desempleo o la escasez; para otros, una crisis familiar, una enfermedad o la soledad. Tú sabes cuál es el desierto por el que transitas. Incluso a veces el desierto puede tomar la forma de una fe que parece debilitada, de oraciones que se sienten sin respuesta.

Pero el Dios de Israel es el mismo Dios de hoy. Donde no hay camino, Dios abre veredas. Donde no hay agua, Dios hace brotar manantiales. El desierto no es el fin: es el lugar donde Dios prepara el corazón, fortalece la fe y nos enseña que Él es suficiente.

Muchas personas han cruzado por desiertos, pero la fe es una fortaleza que no se quebranta. Elías pensó que su vida había terminado bajo un enebro, pero allí un ángel lo despertó con pan y agua para seguir adelante (1 Reyes 19:5–7). Juan el Bautista levantó su voz en el desierto, preparando el camino del Señor. Jesús mismo fue llevado al desierto y salió fortalecido, lleno del Espíritu, para iniciar su ministerio (Lucas 4:1–14).

El desierto no es señal de abandono, sino el escenario donde Dios se manifiesta con mayor claridad.

Una palabra para ti hoy

Si estás atravesando tu propio desierto, no desesperes. Dios no te ha dejado. Él abre caminos donde no los hay y convierte la soledad en lugar de encuentro. Lo que hoy parece terreno árido, mañana puede ser la tierra fértil donde broten las promesas de Dios.

Recuerda: el desierto no es tu destino final, es el puente hacia la tierra prometida.

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