InicioSignos de los TiemposCuando la ciencia busca demostrar la Biblia: obsesiones que confunden

Cuando la ciencia busca demostrar la Biblia: obsesiones que confunden

La noticia reciente sobre un investigador que estudia inscripciones en una mina de Egipto, de hace casi 3,800 años, y que podrían ser la mención más antigua del libertador de Israel, volvió a despertar un viejo debate: ¿hasta dónde la arqueología bíblica se convierte en un intento obsesivo de demostrar con pruebas materiales lo que la Biblia narra? 

El arqueólogo Bar-Ron ha estudiado con imágenes de alta resolución y escaneos 3D unas inscripciones de 3,800 años de antigüedad localizadas en una mina de turquesa de Serabit el-Khadim,  de Egipto y afirma que dos de ellas dicen “zot mi’Moshe” (que en hebreo significa ‘esto es de Moisés’) y “ne’um Moshe”, (‘un dicho de Moisés’).

Ciencia y fe: dos planos distintos

La verdadera ciencia no busca “demostrar la Biblia”, sino conocer la verdad del pasado. El método científico exige analizar, comparar, descartar hipótesis y sostener resultados con evidencias verificables. 

Si en ese camino se encuentran coincidencias con lo que la Biblia relata, es un dato interesante; si no coinciden, tampoco debería causar escándalo. Ciencia y fe caminan por planos distintos: la fe es teológica, mientras que la ciencia es empírica.

El caso de la mina en Egipto

El investigador responsable del hallazgo en la mina de Serabit el-Khadim reconoce que su trabajo es aún preliminar: no ha pasado por una revisión académica amplia, aunque ha contado con asesoría de especialistas y más de cien revisiones internas antes de presentarse. Su propuesta consiste en leer de manera conjunta un corpus de inscripciones protosinaíticas.

Aantiguo yacimiento minero de Serabit el-Khadim, en la península del Sinaí, Egipto, donde se hallaron las inscripciones.

Sin embargo, gran parte de la comunidad científica no se ha mostrado convencida. El egiptólogo Thomas Schneider, de la Universidad de Columbia Británica, calificó las afirmaciones como “completamente infundadas y engañosas”, advirtiendo que “las identificaciones arbitrarias de letras pueden distorsionar la historia antigua”. 

Otros expertos señalan que este tipo de escrituras es particularmente difícil de descifrar y que las interpretaciones subjetivas pueden conducir a conclusiones erróneas.

Aquí no se trata de negar la seriedad del trabajo inicial, sino de subrayar que hasta que no supere el escrutinio científico riguroso, no puede presentarse como prueba definitiva de un relato bíblico.

Casos famosos de decepciones

No es la primera vez que ocurre algo similar. En 2010, un grupo de exploradores afirmó haber encontrado restos del arca de Noé en el monte Ararat, en Turquía. La noticia se difundió con titulares espectaculares, pero pronto se descubrieron inconsistencias metodológicas y se habló incluso de manipulación de los restos. 

También ha habido anuncios sobre la supuesta tumba de Jesús o reliquias de Moisés que terminaron en descrédito.

Estos casos muestran el riesgo de la obsesión: más que fortalecer la fe, generan expectativas falsas y, al final, decepciones que dañan tanto a la ciencia como a la credibilidad de quienes investigan.

La fe no necesita pruebas arqueológicas 

La fe no necesita de pruebas arqueológicas para sostenerse. Creer en el Dios que libera, acompaña y salva no depende de que aparezca o no una inscripción en una mina perdida. 

El valor de la Biblia no radica en que podamos comprobar cada episodio como si se tratara de una crónica periodística, sino en que sus relatos revelan el amor de Dios y la experiencia de un pueblo que aprendió a confiar en Él.

Una mirada equilibrada

La arqueología puede enriquecer nuestra comprensión del contexto bíblico, ayudarnos a situar costumbres, ciudades o prácticas religiosas. Pero nunca debería pretender ser la “garantía” de la fe. 

Cuando se confunden los planos, se generan falsas expectativas. Cuando se distinguen, la ciencia se mantiene fiel a su misión y la fe conserva su autenticidad.

En definitiva, no necesitamos obsesionarnos con pruebas materiales. La Biblia seguirá siendo Palabra viva para quienes creen, y la ciencia seguirá aportando comprensión sobre nuestro pasado. Cada una en su lugar, cada una con su riqueza.

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