InicioTeología Pastoral y Eclesiología¿Pedro fue el primer Papa? Una lectura bíblica sin fanatismos

¿Pedro fue el primer Papa? Una lectura bíblica sin fanatismos

Cuando pensamos en el lugar de Pedro dentro de la Iglesia primitiva, como evangélicos solemos reaccionar con rapidez: rechazamos la idea de que haya sido el primer Papa. Sin embargo, muchas veces lo hacemos con argumentos débiles o con frases que más que aclarar, simplifican en exceso el tema. 

No queremos caer en el error de alterar las escrituras y mucho menos de simplificarlas. Al contrario, necesitamos mirar la Biblia con seriedad, porque es ella la que nos da la perspectiva real sobre Pedro: no fue un discípulo irrelevante, pero tampoco fue un jefe supremo universal.

Pedro tuvo un papel fundamental en los primeros años. Fue la voz que predicó en Pentecostés, el que sanó al paralítico en la puerta del templo, el que rompió las barreras culturales al bautizar a Cornelio. Fue un líder que abrió camino, un referente espiritual en momentos decisivos. Y negar eso sería infidelidad con la Escritura.

Ahora bien, reconocer ese liderazgo no significa atribuirle un cargo que la Biblia nunca menciona. Jesús le dijo en Cesarea de Filipo: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia. Te daré las llaves del Reino de los cielos”. Sabemos que la tradición católica interpreta estas palabras como el inicio del papado. 

Nosotros, como evangélicos, entendemos que en esa expresión de Jesús se resalta la misión personal y pastoral de Pedro, pero no un título universal. El pasaje no necesita forzarse: Pedro recibió una gran responsabilidad, sí, pero nunca se le presenta como jefe único de toda la Iglesia. La figura de Papa no aparecería sino hasta siglos después, cuando la Iglesia de Roma buscó organizarse bajo una autoridad central.

La iglesia católica sabía que necesitaba contar con una figura central como máxima autoridad con el fin de no dispersarse en doctrina ni en disciplina, entonces recurrió al nombramiento de una autoridad suprema, y para darle legitimidad bíblica recurrió a Mateo 16:18-19.

Los cristianos no necesitamos banalizar  esa cita bíblica, pues es muy importante y central para comprender la responsabilidad que surge de una profunda confesión de fe que todo cristiano debemos hacer: decirle a Jesús “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Cuando pronunciamos esas palabras desde el fondo de nuestro corazón, nos convertimos en las rocas sobre las que la iglesia crece y se consolida. 

Además, la Biblia nos muestra que Pedro no fue intocable. En el concilio de Jerusalén, su intervención fue importante, pero la decisión final la expresó Santiago, el hermano del Señor. Y en Antioquía, Pablo lo corrigió en público por su conducta con los gentiles. 

Esto no parece la historia de un líder supremo al que nadie puede contradecir. Es, más bien, la historia de un apóstol respetado, pero también falible, cuya autoridad se ejercía en diálogo pero también en tensión con otros.

La conclusión a la que llegamos es sencilla y firme: Pedro tuvo autoridad real, pero fue una autoridad circunstancial y pastoral, no una jefatura universal. Fue una columna en Jerusalén y un testigo valiente del evangelio, pero no el primer Papa. 

Nuestra fe no necesita exagerar ni minimizar su papel. Nos basta con lo que la Biblia muestra: Pedro fue un hombre profundamente usado por Dios, con aciertos y con debilidades, que supo confesar su fe a Cristo, pero que también necesitó ser corregido.

Al ver a Pedro así, no perdemos nada como evangélicos. Más bien, ganamos una visión madura: reconocemos su lugar histórico sin absolutizarlo y sin reducirlo. Y sobre todo, recordamos que la verdadera roca no es un apóstol, sino la fe en Cristo, fundamento de toda la Iglesia (1 Corintios 3:11). 

Jesús sigue siendo nuestro Pastor y Señor, y es en Él en quien descansa nuestra fe.

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