En muchas ocasiones, al hablar del “temor de Dios”, surgen malentendidos que lo asocian con el miedo, como si se tratara del pavor a un juez implacable o a un castigo inevitable.
En realidad, cuando la Biblia nos invita a tener temor de Dios (El principio de la sabiduría es el temor de Dios: Proverbios 1,7) lo hace en un sentido mucho más profundo, amoroso y transformador.
Cuando en la Biblia se habla del temor de Dios no se trata de un miedo paralizante, sino de una actitud de reverencia, respeto absoluto y reconocimiento de la santidad, majestad y justicia de Dios.
Tener temor de Dios es, en realidad, el principio de la sabiduría y el fundamento de una vida bien orientada.
El temor de Dios en la Biblia
Desde el Antiguo Testamento, la Escritura enseña que el temor de Dios es una actitud deseable, saludable y fuente de bendición. El libro de Proverbios lo expresa con claridad:
“El temor de Dios es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia” (Proverbios 9,10).
Temer a Dios no es huir de Él, sino correr hacia Él con el corazón abierto y humilde, reconociendo que todo le pertenece, que su voluntad es justa y que nuestra vida tiene sentido sólo cuando está en sus manos.
En el Salmo 111 leemos:
“El principio de la sabiduría es el temor de Dios; buen juicio tienen todos los que practican sus mandamientos” (Salmo 111,10).
Aquí el temor de Dios se vincula con el cumplimiento de sus mandamientos. No por obligación, sino por amor, como quien quiere agradar a quien más ama.
Temer a Dios significa honrarlo con nuestras decisiones, actuar con conciencia de su presencia, y evitar el mal no por miedo al castigo, sino porque hemos descubierto su bondad y no queremos alejarnos de ella.
El temor que da vida
Este temor, lejos de esclavizar, libera. Libera del orgullo, del egoísmo, de la autosuficiencia. Quien teme a Dios se reconoce criatura limitada ante su Creador, y eso no es debilidad, sino sabiduría.
“El temor de Dios conduce a la vida; da seguridad y protección contra el mal” (Proverbios 19,23).
A lo largo de la historia bíblica, vemos que los grandes hombres y mujeres de fe vivieron con este temor. No temieron a los hombres, sino a Dios, y por eso fueron fuertes.
Jesús mismo enseñó a sus discípulos:
“No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.” (Mateo 10,28).
Aquí el temor se convierte en una brújula moral. Nos recuerda que la vida eterna está en juego y que nuestras decisiones deben considerar no sólo el momento presente, sino el destino final del alma.
Temor como reverencia amorosa
En el Nuevo Testamento, el temor de Dios también aparece como una expresión de profunda reverencia. No es un temor que nos aleja, sino que nos impulsa a vivir con respeto, coherencia y devoción.
Pablo escribe a los filipenses:
“Ocupen su salvación con temor y temblor, porque es Dios quien obra en ustedes el querer y el obrar, conforme a su beneplácito” (Filipenses 2,12-13).
Este pasaje no habla de un temor neurótico, sino de una conciencia viva de que nuestra vida es obra de Dios, y que no debemos tomar a la ligera nuestra vocación cristiana. Temer a Dios es vivir sabiendo que no estamos solos, y que nuestra libertad debe ejercerse con responsabilidad.
Incluso en el Apocalipsis, la invitación es clara:
“Teman a Dios y denle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio. Adoren al que hizo el cielo, la tierra, el mar y las fuentes de agua” (Apocalipsis 14,7).
Aquí, el temor de Dios se asocia con la adoración. El temor que nace de la fe no nos hace escondernos, sino postrarnos. Nos lleva a rendirnos ante el Dios que es todo amor, pero también todo verdad y justicia.
Temor y amor: no son opuestos
El amor perfecto echa fuera el miedo servil, pero no el santo temor.
En I Juan 4:18 leemos: “No hay temor en el amor; sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo”.
Este versículo, leído superficialmente, podría parecer que contradice todo lo anterior, pero no es así. Aquí se habla del miedo que debe ser expulsado, el miedo a ser castigado, del miedo que paraliza. No se refiere como otras citas al temor que nace del amor. De hecho, cuanto más se ama a Dios, más se le teme, no por miedo al castigo, sino por el deseo de no ofenderlo ni apartarse de su amistad.
Un camino de sabiduría
Se dice que debemos tener temor de Dios porque es el camino de la sabiduría, la base de una vida recta y el reflejo de un corazón que reconoce su pequeñez ante la grandeza divina.
El temor de Dios nos purifica, nos orienta y nos abre a una relación más profunda con Aquel que es todo amor, pero también verdad y justicia. Vivir sin este temor sería vivir como si Dios no existiera; vivir con él, es caminar con la luz en el corazón.