Uno de los escenarios más inmediatos donde los cristianos tenemos oportunidad de dar testimonio de nuestra fe es la relación con nuestros vecinos.
No se trata solo de una buena costumbre social, sino de una expresión concreta de obediencia al mandamiento del Señor. Jesús dijo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39). Y, aparte de nuestra familia, ¿quiénes son nuestros prójimos más cercanos, sino aquellos que comparten con nosotros la misma calle, la misma colonia o incluso la misma pared?
El llamado bíblico a la convivencia
La Biblia insiste en que nuestra fe no se encierra en los templos, sino que se refleja en la vida cotidiana. El apóstol Pablo exhorta: “Si es posible, en cuanto dependa de ustedes, estén en paz con todos los hombres” (Romanos 12:18). Esto significa que la paz no es algo pasivo, sino que demanda de nosotros paciencia, tolerancia y la iniciativa de tender puentes, aun cuando existan diferencias.
Pedro, por su parte, escribió “manteniendo buena su manera de vivir entre los gentiles, para que… glorifiquen a Dios” (1 Pedro 2:12). Las palabras de Pedro tienen mucho sentido nuestra conducta con los vecinos puede ser el primer sermón que escuchen, incluso antes de invitarlos a un culto o a un estudio bíblico.
Testimonio en lo cotidiano
La convivencia vecinal nos ofrece pequeños actos que se convierten en grandes testimonios: saludar con respeto, ayudar a cargar las bolsas del mandado, ofrecer un vaso de agua en un día caluroso, escuchar con paciencia, prestar herramientas, cuidar a los hijos del vecino en un momento de emergencia.
Jesús dijo: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5:14), y esa luz brilla en lo sencillo, en lo cotidiano.
El perdón y la paciencia
La convivencia no está exenta de dificultades. Pueden surgir molestias por el ruido, diferencias de opinión o malentendidos. Es ahí donde el cristiano tiene la oportunidad de mostrar la diferencia: “Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro” (Colosenses 3:13). El perdón abre puertas y muestra que nuestra fe no es teoría, sino vida en acción.
Una misión que empieza en la cuadra
Evangelizar no siempre empieza con un sermón, sino con un gesto de amistad. Convivir con los vecinos desde el amor, el respeto y la ayuda mutua es poner en práctica el mandamiento de Jesús: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).
La misión comienza en nuestra propia cuadra: ser buenos vecinos, ser luz, ser sal, ser testigos de Cristo en lo más cercano.