El apóstol Pablo no buscó fama en el Areópago, sino sembrar el Evangelio en medio del mundo secular. Hoy, cada creyente tiene su propio espacio para hacerlo, y las redes sociales pueden ser su nuevo Areópago.
Cuando Pablo subió al Areópago de Atenas (Hechos 17,16-34), no lo hizo para ganar seguidores, ni para ser el centro del debate. Él sabía que estaba en el centro de la sabiduría griega, entre filósofos y juristas, la clase intelectual más alta de la Grecia antigua. Sin embargo fue movido por el Espíritu para hablar con sabiduría, serenidad y convicción en medio de una sociedad que veneraba a muchos dioses pero desconocía al verdadero.
Allí, entre filósofos y pensadores seculares, pronunció una de las predicaciones más memorables del Nuevo Testamento. No usó símbolos religiosos, ni citas hebreas: habló en el lenguaje que su público podía entender.
Y, sin embargo, no salió del Areópago como un hombre aclamado. Algunos se burlaron, otros quedaron confundidos, y solo unos pocos creyeron. Pero Pablo no se desanimó, porque sabía que había sembrado una semilla. No buscaba aplausos, sino fruto espiritual; no buscaba visibilidad, sino fidelidad.
Esa actitud de Pablo debería inspirar hoy a todos los que comunican su fe, ya sea a través de un micrófono, una cámara o una publicación en redes sociales. En un mundo digital dominado por la medición de likes, vistas y seguidores, la tentación de hablar para agradar y conseguir más seguidores y muchos “me gusta”, es grande.
Muchos buscan ser influencers, pero pocos quieren ser fieles. Sin embargo, el comunicador cristiano —sea profesional o simplemente un creyente activo en sus redes— está llamado a algo más alto: a anunciar a Cristo con verdad, aunque el mundo no aplauda y, como a Pablo, solo unos pocos le crean.
Cada “timeline”, cada historia, cada grupo en las redes sociales o cada transmisión “en vivo” puede ser un nuevo Areópago. Pero no se trata de usar versículos como slogans, sino de escuchar al mundo, comprender su lenguaje y responder con la sabiduría del Espíritu.
Pablo no adaptó el Evangelio al gusto de su público; lo que adaptó fue su manera de comunicarlo, sin diluir el mensaje. Esa es la clave de la comunicación cristiana auténtica.
Quizá no veas resultados inmediatos. Quizá tu mensaje no “se viralice”. Pero si siembras con amor, Dios se encargará del crecimiento. A veces basta una palabra, una imagen o un testimonio sincero para que alguien, en silencio, empiece a buscar a Dios. Y eso vale infinitamente más que mil “me gusta”.
Así que, antes de publicar o transmitir un video, pregúntate: ¿lo hago por aprobación o por misión? ¿Por vanidad o por fe? Porque si el Espíritu de Cristo vive en ti, tu palabra puede ser una llama encendida en el corazón digital del mundo.