Estamos en una era en que la inteligencia artificial reconfigura el trabajo, la comunicación y la identidad, por eso el pensamiento cristiano está llamado a imaginar el futuro desde la dignidad humana, no desde la eficiencia técnica. No se trata de temer la máquina, sino de recordar quién es el ser humano ante ella.
La técnica como herramienta del hombre
Desde el Génesis, el ser humano aparece como imagen y semejanza de Dios, llamado a transformar la creación. La técnica, en este sentido, no es enemiga de la fe sino un fruto de la vocación creativa. Sin embargo, como advierte Jacques Ellul, cuando la técnica deja de ser instrumento y se convierte en un fin, el hombre comienza a subordinarse a su propia obra.
La inteligencia artificial —en sus expresiones más recientes de automatización como los algoritmos generativos(1) y la robótica social(2)— no es una excepción: revela tanto la grandeza del ingenio humano como su vulnerabilidad espiritual.
La dignidad humana frente a la máquina
La tradición cristiana ha afirmado que la dignidad del hombre no depende de su función ni de su utilidad, sino de su ser creado y amado por Dios. Por eso, ninguna máquina, por sofisticada que sea, puede igualar el misterio de la persona.
El teólogo evangélico Carl F. H. Henry recordaba ya desde finales del siglo XX que “toda forma de conocimiento técnico debe estar subordinada a una moral revelada”. La IA, si no se rige por una ética trascendente, corre el riesgo de reducir la persona a un dato y la conciencia a un algoritmo.
Aquí la voz cristiana puede aportar algo esencial: la revalorización del sujeto frente a la lógica instrumental. La técnica puede calcular, pero no puede amar; puede imitar, pero no puede encarnar.
Imaginación cristiana y responsabilidad moral
El cristiano está llamado no a huir de la IA, sino a re-imaginarla desde el Evangelio. San Pablo invitaba a “transformar la mente” para discernir la voluntad de Dios (Romanos12,2: No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento). Esa renovación del pensamiento incluye nuestra relación con la ciencia y la tecnología.
El teólogo Nicholas Thomas Wright ha insistido en que el Reino de Dios implica una nueva creación en la que todo —incluso la técnica— debe ponerse al servicio de la vida. Si el algoritmo reemplaza la conciencia, perdemos humanidad; pero si el creyente introduce misericordia, justicia y creatividad en el diseño tecnológico, la IA puede convertirse en herramienta de comunión.
Una espiritualidad del límite
La inteligencia artificial nos obliga a reconocer nuestros límites: no todo lo posible es éticamente legítimo. Como escribió Dietrich Bonhoeffer, “la libertad humana no es la libertad de hacer, sino la libertad de obedecer”.
El discernimiento cristiano sobre la IA no consiste en rechazarla, sino en preguntarse para qué y para quién la desarrolla. La verdadera sabiduría tecnológica no se mide por la capacidad de dominar, sino por la de servir.
En resumen: la imaginación cristiana debe iluminar la era digital con esperanza. Frente al riesgo de deshumanización, el Evangelio recuerda que el valor de una persona no se calcula en bytes ni se mide por su productividad.
Si la inteligencia artificial es una nueva torre de Babel, el Espíritu sigue siendo la fuerza que puede volver a unir a la humanidad dispersa. La técnica puede multiplicar las voces, pero solo el amor puede darles sentido.
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(1) Un algoritmo generativo es el que permite generar contenido novedoso que parece auténtico y similar al creado por humanos.
(2) Robótica social es la disciplina de la robótica que se enfoca en crear robots capaces de interactuar con humanos de manera social, utilizando comunicación verbal, gestual y emocional.