InicioTeología y RevelaciónEl Reino de Dios: del poder divino a la cercanía del amor

El Reino de Dios: del poder divino a la cercanía del amor

Jesús no escribió tratados ni definiciones. Su mensaje sobre el Reino de Dios no llegó en forma de doctrina, sino de parábolas, gestos y encuentros. Sin embargo, pocas expresiones son tan centrales en su predicación como ésta: “El Reino de Dios está cerca”.

¿Qué significaban esas palabras para quienes lo escuchaban? ¿Y qué significan hoy para nosotros?

El Reino antes de Jesús: Dios como Rey

En la tradición de Israel, la idea del Reino de Dios tiene raíces muy antiguas. Desde los salmos hasta los profetas, el pueblo de Israel reconocía en Yahvé no solo a su Creador, sino a su Rey soberano:

Dios era visto como el gobernante supremo del universo y, al mismo tiempo, como quien tenía un reinado particular sobre su pueblo elegido. Su autoridad no era simplemente espiritual: se esperaba que un día interviniera en la historia para liberar a los oprimidos y restablecer la justicia.

En los profetas, esa esperanza tomó la forma de una promesa escatológica: Dios vendría a instaurar un Reino definitivo donde cesaría la injusticia. Isaías, Miqueas y Daniel imaginaron ese Reino como un futuro de paz universal y rectitud moral, donde “el lobo habitará con el cordero” (Is 11,6) y el poder humano se someterá al poder divino (Dn 2,44).

¿Por qué llamar “Rey” a Dios?

Analogía, corrección evangélica y libertad filial

El lenguaje sobre Dios es analógico

La Biblia habla de Dios con imágenes humanas: roca, pastor, padre, esposo, rey. Ninguna lo agota. “Rey” fue la palabra natural en tiempos de monarquías, una manera de decir que Dios tiene autoridad y cuida a su pueblo. Pero toda metáfora es limitada: sirve para iluminar una verdad, pero también puede deformarla.

Si imaginamos a Dios como un monarca que impone su voluntad por miedo o castigo, la metáfora se quiebra. En cambio, si la entendemos como expresión de su justicia y misericordia, recupera su fuerza simbólica.

La realeza de Dios en Israel

Cuando Israel llama “Rey” a Yahvé, no piensa en un déspota. Piensa en el Dios que libera de Egipto, que escucha el clamor de los pobres y pone límites a los reyes humanos. Su realeza no es de tiranía, sino de alianza y fidelidad. Dios reina cuando el derecho florece y la vida se respeta.

Los profetas denunciaron los abusos del poder humano precisamente porque solo Dios reina con justicia. En ese sentido, llamar “Rey” a Dios fue un acto de resistencia teológica: ninguna corona humana es absoluta.

Jesús conserva la palabra, pero cambia su sentido. Jesús no abandona el lenguaje del Reino, pero lo subvierte desde dentro. El “Rey” del Evangelio lava los pies de sus discípulos (Jn 13,1-15), entra en Jerusalén en un burro (Mt 21,5) y muere con una corona de espinas. En él, la realeza se convierte en servicio y compasión.

Así, la autoridad de Dios se revela en la humildad del amor. El Reino no es dominio, sino presencia que libera y transforma.

Mandamientos: no edictos, sino caminos

Los mandamientos de Dios no son decretos para someter, sino rutas para regresar a casa. Son lámpara, no cadena. Jesús los resume en un solo mandato: amar a Dios y al prójimo (Mt 22,37-40).

Por eso puede decir: “Mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11,30). El creyente no es súbdito temeroso, sino hijo en libertad. Jesús mismo lo expresa con ternura:

La libertad para hablar con Dios

El Dios-Rey del Evangelio no manda cortar cabezas. Escucha. Tolera el reclamo del salmista, la queja de Job y hasta el grito de Jesús en la cruz. La fe auténtica no anula la conciencia: dialoga, discute, busca, ama.

En ese diálogo honesto —donde caben el desacuerdo y el enojo— se manifiesta la verdadera soberanía divina: Dios reina creando interlocutores, no esclavos.

El Reino en tiempos de Jesús: esperanza y confusión

En el siglo I, bajo la ocupación romana, esa esperanza se volvió más intensa. Muchos esperaban un Mesías político que restaurara el trono de David y liberara a Israel.

Para unos, el Reino significaba revolución; para otros, pureza religiosa. Los fariseos lo esperaban por la observancia estricta de la Ley; los zelotes, por la espada; los esenios, por el retiro del mundo impuro. Había una esperanza compartida, pero sin consenso sobre cómo vendría.

Jesús: el Reino ya está aquí

Cuando Jesús predicó:

parecía repetir un anuncio conocido. Pero pronto todos comprendieron que su Reino era de otra naturaleza. Jesús mostró que el Reino no viene con ejércitos ni decretos: viene con gestos de amor. El Reino se hace presente cuando el enfermo sana, cuando el pecador se siente perdonado, cuando un excluido vuelve a la comunidad.

Un Reino que no se impone, se ofrece

Jesús anuncia un Reino que no conquista, invita. No reemplaza a los poderes humanos, los relativiza. Su autoridad no se basa en la fuerza, sino en la verdad y la misericordia.

El Reino no se defiende con violencia, sino con fidelidad. Su crecimiento es como el de la semilla que germina sin ruido (Mc 4,26-29): un Reino que avanza en silencio, transformando lo pequeño.

Conclusión: el Reino como rostro del Padre

Jesús no definió el Reino, pero lo encarnó. Donde hay misericordia, el Reino está. Donde hay perdón, el Reino florece. Donde hay amor, el Reino se cumple. Y en ese Reino, Dios ya no es un monarca distante, sino un Padre que sale al encuentro, que invita a su mesa y celebra el regreso del hijo.

El Reino de Dios no es una institución ni una utopía; es Dios reinando en el corazón humano, un Reino que comienza ahora y no termina nunca.

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