InicioCátedraHacia una fe madura: la razón también es un acto de oración

Hacia una fe madura: la razón también es un acto de oración

Una fe que no teme a la razón descubre un Dios más grande, más cercano y más vivo. La madurez espiritual nace cuando aceptamos que la razón es un don de Dios que ilumina nuestra lectura bíblica y nuestra relación con Él.

La fe no le teme a la razón. Más bien, la necesita. Si creemos que Dios es el autor de todo lo que somos, entonces la razón humana —nuestra capacidad de comprender, preguntar, analizar y buscar sentido— también es un don suyo. Y como todo don recibido, no debe enterrarse, sino ponerse al servicio del Evangelio.

Sin embargo, a veces hemos sido formados en un cristianismo que confunde la fidelidad con la rigidez, y la reverencia con el miedo a pensar. Tememos que si analizamos la Escritura, si reconocemos sus géneros literarios o si distinguimos entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe, podríamos “perder algo”. Pero sucede exactamente lo contrario: cuando dejamos que la razón respire dentro de la fe, la fe se vuelve más honda, más verdadera, más libre.

Dios sigue revelándose en la historia

Dios se reveló en la historia y se sigue revelando en la historia. No en el sentido de añadir nuevos dogmas, sino permitiendo que comprendamos mejor el misterio que ya nos ha sido dado. Cada generación, con sus avances y preguntas, escucha la Palabra desde un lugar distinto. Y si la Palabra es viva, nosotros también debemos estar vivos al leerla.

El cristianismo nunca fue un museo de certezas inamovibles: fue una comunidad que discernió, releyó, reinterpretó y profundizó. La teología nació así: como un acto de amor a la verdad revelada.

La Biblia es un texto santo, no un manual rígido

Un ejemplo ayuda a ilustrar esta necesidad de madurez. Los Evangelios no coinciden en todos los detalles de la pasión. Juan dice que “la madre de Jesús” estuvo al pie de la cruz; los demás evangelistas no la mencionan en el momento de su pasión. ¿Estuvo María realmente presente en la cruz? Tal vez sí. Tal vez no. No podemos afirmarlo con certeza histórica.

Pero esa no es la cuestión. Lo decisivo es comprender qué quiere comunicar la Escritura: que Jesús no murió aislado ni abandonado, que su entrega ocurrió en comunión con el Padre, pero también con su familia, con su comunidad

y —misteriosamente— con toda la humanidad.

Leer este pasaje sin miedo, sin literalismos que nos aprisionen, nos conduce a una fe más luminosa. No necesitamos que cada detalle sea históricamente verificable para descubrir su verdad espiritual. La verdad de la Biblia no depende de la exactitud de una crónica, sino de la profundidad de su mensaje.

La fe madura agradece la inteligencia, no la censura

Una fe infantil pide certezas absolutas y narraciones impecables. Una fe adulta comprende que Dios no nos quiere pasivos, sino conscientes, abiertos, en búsqueda.

Quien teme pensar, teme crecer. Quien teme preguntar, teme encontrar. Y quien teme encontrar, termina construyendo un dios pequeño, hecho a su medida.

Una fe madura acepta que la teología no es repetición mecánica, sino una conversación viva entre Dios y su pueblo. Y en esa conversación, la razón —humana, limitada, pero real— es también una forma de oración.

El Cristo de la fe no amenaza al Jesús histórico: lo complementa 

No necesitamos elegir entre “lo que pasó exactamente” y “lo que los Evangelios significan”. Podemos reconocer que los textos sagrados usan símbolos, estructuras narrativas, recursos literarios… sin negar que Jesucristo vivió, amó, enseñó y entregó su vida por todos.

La resurrección no nace de un cálculo histórico, sino del encuentro vivo con el Resucitado. La Iglesia no se funda sobre una cronología perfecta, sino sobre una experiencia de salvación.

Despojar la mente de rigideces para encontrar al Dios vivo

Una fe que se aferra a lo literal acaba encogiendo el misterio. Una fe que se abre a la razón descubre que Dios es más grande, más cercano, más luminoso de lo que imaginábamos.

Quizá María estuvo al pie de la cruz, quizá no. Pero lo que permanece —lo que verdaderamente transforma— es que el amor de Dios no se vivió en soledad, que Cristo asumió nuestra condición humana en su totalidad, y que la comunidad creyente, representada en el Evangelio por figuras simbólicas o históricas, estuvo implicada desde el principio.

Pensar también es un acto de fe

El cristiano que reflexiona no se aleja de Dios: se acerca. Quien ejercita la inteligencia no debilita la fe: la purifica. Quien se atreve a hacer teología con libertad interior no compromete su identidad: la profundiza.

La madurez espiritual no consiste en renunciar a la razón, sino en integrarla en la vida de fe. Porque si Dios nos dio inteligencia es para que la pongamos al servicio de Su verdad y no para que la escondamos bajo la mesa.

Ese es, quizá, uno de los caminos más hermosos para llegar al Dios vivo: no anulando nuestra mente, sino ofreciéndola como parte de nuestro amor.

RELATED ARTICLES

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Most Popular

Recent Comments