Cuando Casiodoro de Reina redactó su Confesión de Fe en 1577, lo hizo en un mundo convulsionado por tensiones religiosas, persecuciones y búsquedas auténticas de reforma. En ese contexto, su visión de Cristo como Rey, Sacerdote y Profeta no fue una fórmula teológica más, sino un modo de presentar la totalidad del misterio de Jesús en tres dimensiones que hablan al corazón del creyente y a su vida cotidiana.
La tradición cristiana había heredado de la Escritura estas tres figuras mesiánicas —las mismas que recorren el Antiguo Testamento—, pero Casiodoro de Reina las articula con un énfasis pastoral: Cristo no es solo el objeto de un credo; es quien acompaña, guía y transforma al creyente en todas las dimensiones de su existencia.
Cristo Rey: la autoridad que no oprime
El lenguaje monárquico aplicado a Dios y a Cristo suele generar dificultades en nuestros tiempos, pero para Reina, “Cristo Rey” no es la imagen del monarca terrenal que impone su voluntad. Es, más bien, la proclamación de una soberanía que libera.
Cristo reina porque no hay poder más alto que el amor que entrega su vida por sus amigos. Su realeza se manifiesta no mediante imposición, sino en la victoria sobre el pecado y la muerte, y en el establecimiento del Reino que transforma la historia desde dentro.
En esta perspectiva, ser súbdito de Cristo no significa someterse a un tirano, sino entrar en una libertad más profunda. Reina subraya que este reinado abarca todo lo creado, pero comienza en el corazón humano: Cristo reina allí donde Él es reconocido como la verdad que ilumina la conciencia y ordena la vida.
Cristo Sacerdote: el mediador compasivo
Para Casiodoro de Reina, la dimensión sacerdotal de Cristo es inseparable de la experiencia de gracia. Si Cristo es Rey por su autoridad moral y espiritual, es Sacerdote porque intercede y carga sobre sí el dolor del mundo. No es un sacerdote distante, sino aquel que “puede compadecerse de nuestras debilidades” (Heb 4,15), y cuya mediación no es ejercida en un templo terrenal, sino en la propia entrega de su vida.
La reforma protestante puso en el centro la figura de Cristo como único mediador. Reina, sin embargo, evita una visión fría o jurídica de la mediación: Cristo no solo quita el pecado, sino que entra en las heridas del ser humano para sanarlas. Su sacrificio no es un evento lejano, sino una presencia viva que sostiene la oración del creyente y lo reconcilia con Dios.
Cristo Profeta: la Palabra que interpreta los signos de los tiempos
En tiempos de incertidumbre y confusión, la función profética de Cristo adquiere un brillo particular. Para Reina, Cristo es el Profeta definitivo porque no solo habla en nombre de Dios, sino que es la Palabra de Dios hecha carne. Su enseñanza no se reduce a un código moral; es interpretación de la realidad, denuncia de la injusticia, revelación del sentido profundo de la existencia.
Este Cristo Profeta no deja al creyente encerrado en un mundo interior, sino que le abre los ojos para leer críticamente su tiempo. En un siglo marcado por la opresión religiosa, la figura profética de Cristo invitaba a los cristianos —especialmente a los perseguidos como Reina— a discernir la voluntad de Dios más allá de los poderes políticos y eclesiásticos.
En síntesis: Cristo sigue hablando hoy
La grandeza de esta triple visión —Rey, Sacerdote y Profeta— radica en que no se trata de títulos honoríficos, sino de rostros vivos del mismo Cristo. Reina los presenta como un itinerario espiritual:
- El Rey guía, ordena y da sentido a nuestras vidas.
- El Sacerdote sana, perdona e intercede.
- El Profeta ilumina para entender y denunciar los errores de nuestro tiempo.
En esta síntesis, el creyente descubre que Cristo no solo gobierna, sino que acompaña; no solo enseña, sino que cura; no solo salva, sino que interpreta. Esta es la fe que Casiodoro propuso en tiempos turbulentos, y la misma fe que hoy puede sostener a quien busca una relación madura con Cristo, libre de rigideces y cargada de vida.