Uno de los valores más importantes que vamos aprendiendo del evangelio y de manera especial de la vida de Jesús, es la Solidaridad, es decir, sentir con el otro.
En este sentido destaca el texto en el que el Evangelio dice que a Jesús se le “removieron las entrañas” cuando vio pasar un funeral en el que iban a enterrar al único hijo de una viuda. Jesús, se compadeció tanto de la viuda que resucitó al muchacho y “se lo entregó a su madre”.
Es tal la empatía de Jesús, que se le removieron las entrañas ante el sufrimiento del prójimo. Y esa empatía lo llevó a mostrar un acto solidario. Es decir, la solidaridad no consiste solamente en sentir lo que el otro siente, sino en hacer algo por él.
Cuando uno verdaderamente se pone en los zapatos del otro, uno realmente es capaz de hacer muchas cosas impresionantes. Nos hacemos verdaderamente servidores y el servicio se hace siempre con gran amor.
Es necesario que nosotros los cristianos, actuemos continuamente como lo hacía Jesús, que le pidamos al Espíritu Santo el poder “sentir con el otro”. Esto es realmente el signo más visible de nuestra vida cristiana, ya que precisamente es en eso, dijo Jesús, que nos reconocerían (En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. Juan 13, 35).
Y no hay que ir más lejos de nuestro propio hogar. Son muchas las oportunidades que diariamente se presentan con los hijos, con los padres, con los hermanos, para ser solidarios.
Muchas más oportunidades tenemos en la calle, en el trabajo, en todas partes ya que es común encontrar personas que pasan por alguna dificultad. Ese es el momento de pensar: “¿Y si a mi me pasara igual?”
Pensemos que quizás un día estaremos enfermos, que llegaremos a la ancianidad, que nuestras facultades no serán siempre las mismas y la verdad, es que en ese momento nos gustaría que alguien, como lo hizo Jesús, nos diera la mano.
Ser solidario, es promover la concordia, la amistad, es el ejercicio pleno del amor. Ser solidario es ser auténticamente hijos de Dios.
