Desde el principio de la historia uno de los más grandes retos que ha enfrentado la humanidad ha sido el de su afán de independencia. De hecho desde el libro del Génesis vemos que Adán se resiste a someterse a la voluntad de Dios y quiere hacer lo que él quiere, lo que desde su punto de vista es mejor y no se da cuenta de que ese será por siempre la causa de todos los problemas de la humanidad.
Dios nos hizo libres, es verdad, pero si queremos que nuestra vida se conduzca rectamente, necesitamos conducirla por el camino del Señor, de quien proviene la sabiduría y la autoridad en en el cielo y en la tierra.
A lo largo de la historia el hombre siempre ha buscado prescindir de la voluntad de Dios y hacer siempre lo que quiere, y esa ha sido, una y otra vez, la ruta que lo somete cada vez más a su autodestrucción, por eso es imprescindible reconocer que la vida del hombre debe regirse siempre por el creador, quien conoce nuestro corazón y que por ello ha trazado líneas que acotan nuestra vida para que ésta no fracase.
Adán, en el paraíso prefirió seguir su propio proyecto y aspiraciones y lo único que consiguió fue destruir su vida y verse privado de todos los beneficios que Dios le había ofrecido.
Esta historia se repite en todas las áreas de nuestra vida, de manera especial en esta época en que el hombre se declara independiente de todo y se lanza a construir su propio modelo de humanidad, de matrimonio, de familia y de sociedad, dejando de lado el proyecto de Dios.
Es así que tenemos una sociedad que termina autodestruyéndose al margen del proyecto de Dios, por eso el mundo contemporáneo está saturado de vaciedad, soledad y fracaso. Es necesario y urgente que el hombre, el ser humano, abandone su estado de independencia de Dios y regrese al proyecto claramente expresado en la Sagrada Escritura.
Este es el único camino que tenemos para volver a encontrar la felicidad y la paz. El mismo Jesús nos lo dijo: “Sin mi nada pueden hacer” (Juan 15:5). No sigamos, como dice Pablo, dándole patadas al aguijón (Hechos 26:14), pues lo único que conseguimos es lastimarnos.
Retomemos la vida como Dios nos la plantea en la Biblia. Hagamos familias que formen la comunidad cristiana, sometida a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida.