La Biblia explica que “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (carta a los Romanos 8:14), y si los que pertenecemos a una iglesia somos guiados por el Espíritu Santo, entonces somos hermanos y eso nos hace miembros de una familia.

Más adelante la misma carta dice “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo […]” (Romanos 8: 16–17). Convertirse en cristiano significa ser adoptado como hijo de Dios y hermano o hermana de otros creyentes. Por eso la iglesia es una familia. 

Existen numerosos versículos en el Nuevo Testamento que nos dicen cómo los creyentes debemos interactuar “unos con otros”. Por ejemplo, Jesús llama a sus discípulos a “amarse los unos a otros” porque amándose los unos a los otros, “todos sabrán que son mis discípulos” (Juan 13: 34–35). 

Una de las características de tener a la iglesia como familia es ser amado y amar a los demás de una manera diferente a la forma en que la gente en el mundo secular ama. Este amor debe ser sacrificial e incondicional como el amor que Jesús nos ha mostrado: “Éste es mi mandamiento: Que se amen unos a otros, como yo los he amado” (Juan 15:12). 

La carta a los Gálatas (6: 2) nos explica que vivir en la iglesia como una familia significa que nos ayudemos unos a otros: “Sobrelleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo”. En la familia de la iglesia, podemos compartir nuestras luchas y otros nos ayudarán a soportar esas cargas. 

Gálatas 5:13 dice: “… sirvan por amor los unos a los otros”. Entonces, cuando se traen luchas a la iglesia, esos creyentes deben responder sirviéndose unos a otros, aliviando el sufrimiento siempre que sea posible. 

La carta de Santiago 5:16 reconoce que nuestra condición humana nos lleva a cometer errores en la relación entre hermanos, por lo qué nos exhorta a confesar nuestras ofensas entre hermanos, y en seguida nos invita a usar la oración como un instrumento para ayudarnos unos a otros en la iglesia como familia: “Confiesen sus ofensas unos a otros, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración eficaz del justo puede mucho”. 

Del mismo modo, 1 Tesalonicenses 5:11 dice “anímense y edifíquense unos a otros, tal como lo vienen haciendo”. Mientras que 2 Corintios 1:4 nos indica que “con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren”. Entonces, otro valor de tener a la iglesia como familia es que el enfrentar nuestras luchas y soportar nuestras cargas se vuelve más fácil. 

Por otro lado Colosenses 3:16  nos da más elementos acerca de cómo debe ser la relación entre hermanos en una congregación: “instrúyanse y aconséjense unos a otros con toda sabiduría”. 

Efesios 4:25 nos advierte de la necesidad de se honestos entre hermanos: “Por lo tanto, dejando la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad, porque todos somos miembros de un mismo cuerpo”. 

2 Timoteo 3: 16–17 nos enseña que otra forma en que se manifiesta el amor de la iglesia como familia es decir la verdad, enseñándose mutuamente lo que Dios ha revelado para que “[…] el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra”. 

Hebreos 10:24 nos llama a “[..] estimularnos al amor y a las buenas obras”, de la  misma manera que Efesios 2:10 nos dice que que somos “creados en Cristo Jesús para buenas obras”.

Efesios 4:32 dice: “sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo”. 

Confesar los pecados unos a otros debe ser en un contexto de perdón, aliento y apoyo. La confesión brinda una oportunidad para la rendición de cuentas y el perdón, los cuales son cruciales en la batalla para vencer el pecado. 

El valor de tener a la iglesia como una familia no es solo recibir amor, soportar cargas haciéndolas más livianas, aprender la verdad que lo fortalece y tener ayuda para vencer el pecado. También es valioso: 

  • Tener la oportunidad de ayudar en cada una de estas áreas a otros creyentes; servir, ya sea extendiendo el amor y la aceptación;
  • Ofreciéndose a cocinar, conducir un vehículo o cuidar niños;
  • Enseñar a los niños o discipular a los más jóvenes en la fe; 
  • Reunirse con alguien para proporcionar sentido de responsabilidad y aliento, brinda un sentido de propósito y satisfacción. 

Saber que Dios tiene un papel para cada creyente en la vida de otros creyentes le da sentido y dirección a nuestras vidas. 

Cuando la iglesia como familia vive fielmente estos principios de amor, Dios finalmente es glorificado. Jesús ordenó a sus discípulos: “Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo” (Mateo 5:16). 

A la luz del hecho de que relacionarse con la iglesia como familia glorifica a Dios y dados los otros beneficios de interactuar con la familia de la iglesia, “No dejemos de congregarnos, como acostumbran hacerlo algunos, sino animémonos unos a otros, y con mayor razón ahora que vemos que aquel día se acerca” (Hebreos 10:25). 

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