La toma de posesión de un nuevo presidente es un momento de gran importancia, no solo para el país, sino también para recordar que el papel de la Iglesia es guiar e influir en la dirección moral y espiritual de la sociedad.
Como creyentes, estamos llamados a un estándar más alto, uno que trasciende la naturaleza a menudo divisoria de la política. Las Escrituras nos recuerdan que, mientras vivimos en un mundo político, nuestra lealtad máxima es al Reino de Dios.
Este es un momento para que los cristianos abracen su llamado a ser agentes de paz, justicia y reconciliación, e intercedan en nombre del gobierno por la sabiduría. Es una llamada a la oración por nuestros líderes
La Biblia nos llama a orar por nuestros líderes. En 1 Timoteo 2: 1-2 Pablo instruye a los creyentes: «Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad«.
Este mandato se aplica no solo a los líderes con los que estamos de acuerdo, sino a todos aquellos con autoridad. Es fácil quedar atrapado en el clima político de la división y el partidismo, especialmente en un momento tan trascendental como una inauguración presidencial.
Sin embargo, como cristianos, estamos llamados a orar por el éxito y la integridad de los que están en el poder, incluso si sus políticas o acciones no se alinean con nuestros puntos de vista personales.
Nuestras oraciones deberían ser para que Dios proporcione sabiduría, discernimiento y un corazón de servicio al nuevo líder, así como a aquellos que trabajan con él.
Después de las campañas electorales, sobre todo cuando son polémicas, la tentación de dividirse en las posturas políticas puede resultar abrumadora. La Biblia habla claramente sobre la importancia de la unidad dentro del cuerpo de Cristo.
Efesios 4:3 exhorta a los creyentes a estar «solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz;». Esta unidad no depende del acuerdo político, sino de nuestro compromiso compartido con Cristo.
La toma de posesión de un nuevo gobierno es un nuevo comienzo, una oportunidad para que todos dejemos de lado la animosidad y recordemos que, como cristianos, nuestra lealtad a Dios y a su Reino está por encima de cualquier poder terrenal.
En tiempos de mayor polarización política, es vital que la Iglesia ejemplifique el amor y la gracia a todos, independientemente de su afiliación política. El Evangelio nos enseña que la unidad en Cristo reemplaza cualquier división terrenal, y es a través de esta unidad que podemos llevar la curación a una nación fracturada.
El inicio de un nuevo gobierno nos recuerda que nuestros líderes que llegan al poder, en última instancia, son responsables ante Dios. Romanos 13:1-2 afirma «Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos«.
El inicio de un nuevo gobierno simboliza la transferencia pacífica de autoridad, un principio fundamental de la democracia. Como cristianos, honramos este proceso como un reflejo de la soberanía de Dios sobre todos los asuntos humanos. Puede que no siempre entendamos o estemos de acuerdo con cada decisión tomada por nuestros líderes, pero reconocemos que Dios tiene el control en última instancia y que sus propósitos prevalecerán, incluso a través de sistemas imperfectos e individuos defectuosos.
Si bien estamos llamados a respetar y orar por aquellos con autoridad, los cristianos también tenemos la responsabilidad de ser participantes activos en la configuración de la dirección moral y ética de nuestra sociedad. Una transición pacífica del poder no significa pasividad.
La Biblia nos enseña a ser sal y luz en el mundo (Mateo 5:13-16). Esto significa participar en el proceso político, no solo votando, sino también abogando por la justicia, hablando en nombre de los oprimidos y trabajando para reflejar el amor de Cristo en todas las áreas de la vida, incluida la política.
Como ciudadanos, tenemos el privilegio y la responsabilidad de comprometernos con el mundo que nos rodea, responsabilizar a nuestros líderes y orar por su guía. Miqueas 6:8 nos recuerda que lo que el Señor nos exige es «hacer justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios.». Independientemente de quién ocupe la presidencia, este mandato sigue siendo el mismo para nosotros.
En tiempos de incertidumbre política, es fácil desanimarse o desilusionarse. Sin embargo, como cristianos, se nos recuerda que nuestra esperanza no está ligada al éxito o al fracaso de ningún líder político.
Nuestra esperanza descansa en las promesas eternas de Dios. El Salmo 146: 3-5 dice «No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; En ese mismo día perecen sus pensamientos. Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en Dios».
Mientras los líderes políticos van y vienen, nuestra confianza debe permanecer en el Reino eterno de Dios y sus valores. Debemos fijar nuestros ojos en Jesús, el autor y perfeccionador de nuestra fe, y confiar en que sus planes son buenos, incluso cuando las circunstancias terrenales parecen inciertas.
Este es un momento para que reflexionemos sobre el poder del Evangelio para traer esperanza, paz y transformación. No importa quién ocupe el cargo, nuestra lealtad máxima es a Jesucristo, que reina supremo. Avancemos con corazones llenos de gracia y sabiduría, confiando en la soberanía de Dios y trabajando hacia un futuro que refleje su amor por todas las personas.
Dave Kubal es presidente/CEO de Intercesors for America (IFA), que atiende a más de un millón de cristianos que oran cada mes. David forma parte de la Junta Asesora Nacional de la Fe y del Grupo de Trabajo del Día Nacional de la Oración.