En su diálogo con Nicodemo, Jesús habla de la necesidad de nacer de nuevo, de nacer en el espíritu. Estas palabras sorprenden a Nicodemo que no entiende exactamente a lo que Jesús se refiere.
Nicodemo, un gran conocedor de las tradiciones judías y de la ley, pensaba que podía entender con claridad las cosas de Dios. Sin embargo, al encontrarse con Cristo y al escuchar su palabra, un deseo de conocer más y de entender mejor brota en su corazón.
Este deseo lo lleva a acercarse a Cristo y preguntarle; y al oír su respuesta, se da cuenta que, para seguirlo y para poder entender su mensaje, es necesaria una profunda conversión, una conversión que requiere nacer de nuevo. Este nacer de nuevo del que se habla no implica un nacimiento biológico como al inicio pensó Nicodemo, sino un nacimiento en el espíritu.
De la misma forma, Jesús nos invita a nosotros a nacer de nuevo para poder entrar en su reino. Este nacer de nuevo implica dejar atrás todo lo que nos aleja de Dios, nuestro egoísmo, nuestra soberbia, nuestra vanidad. Ciertamente éste no es un proceso fácil, pero es posible, ya que por este motivo el Hijo del hombre fue elevado en la cruz para redimirnos y transformarnos con su gracia.
Jesús, con su vida, muerte y resurrección, nos invita a nacer de nuevo, a nacer en el espíritu. Esto implica dejar atrás nuestras seguridades, nuestras ideas y nuestra forma de ver y hacer las cosas para acoger lo que Dios nos pide y nos presente, y así Él pueda ser nuestra única seguridad y nuestro modelo.
Al renacer en el espíritu con nuestra renovación y constante transformación, podremos irradiar con mayor intensidad el amor de Dios por la humanidad y convertirnos, así, en instrumentos de su misericordia.
El único, el único que nos justifica; el único que hace renacer de nuevo es Jesucristo. Nadie más. Y por esto no se debe pagar nada, porque la justificación, el hacerse justo, es gratuita. Y esta es la grandeza del amor de Jesús: da la vida gratuitamente para hacernos santos, para renovarnos, para perdonarnos.
El apóstol Pablo lo expresa siempre así: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3:1-2). Mirar arriba, mirar el horizonte, ampliar los horizontes: esta es nuestra fe, esta es nuestra justificación, eso es estar en la gracia de Dios.
Un cristiano, si verdaderamente se deja lavar por Cristo, si verdaderamente se deja despojar por Él del hombre viejo para caminar en una vida nueva, incluso permaneciendo pecador —porque todos lo somos— ya no puede ser corrupto, la justificación de Jesús nos salva de la corrupción, somos pecadores, pero no corruptos.
Un cristiano nacido de nuevo ya no puede vivir con la muerte en el alma y tampoco ser causa de muerte.