A estas alturas del desarrollo de la pandemia del Covid-19 podemos afirmar que no podremos estar seguros sino hasta que se invente y produzca en forma masiva la vacuna que lo combata.
Para la mayoría de los especialistas la vacuna podría estar lista, en el mejor de los casos, hasta comienzos del 2021, pero hay quienes afirman que la espera será mucho mayor, pues luego de obtenerla y antes de producirla, se deben hacer validaciones para comprobar que no hay efectos secundarios, los cuales no siempre se presentan en el corto plazo.
Sin embargo, la producción de vacunas contra el Covid-19 trae consigo una problemática de carácter ético que no se puede comprender sino a través del conocimiento del proceso de producción de vacunas.
Básicamente una vacuna es un virus debilitado que una vez que se obtiene se debe producir en gran escala, con tantas dosis como habitantes hay en el planeta. El problema es cómo se obtiene ese virus debilitado.
Para desarrollar una vacuna se requiere un “cultivo de laboratorio”, es decir, un cultivo de células en las que el virus debilitado para combatir la enfermedad crecerá y se multiplicará. Ahora bien, la célula que se utiliza para producir el virus debilitado puede ser de origen animal o humano.
De hecho, la palabra vacuna se explica porque originalmente las vacunas se obtenían de tejidos de una vaca. Posteriormente se comenzó a producir vacunas con virus debilitados cultivados en células provenientes del útero femenino. Sin embargo, hoy en día, en las principales líneas de investigación de posibles vacunas, los virus debilitados están siendo cultivados en tejidos provenientes de fetos humanos, es decir, de bebés abortados quirúrgicamente.
Esto no es nuevo, pues entre las células más utilizadas en la producción de vacunas están la WI-38 que en 1962 se extrajo de un pulmón de un feto femenino de 3 meses de gestación, y la MRC-5 obtenida de un feto masculino de 14 semanas de gestación en 1966. Estas células se han utilizado para combatir la rubéola, la varicela, la hepatitis A y el herpes zóster.
Muchas de las líneas de cultivo han sido desarrolladas por laboratorios muy conocidos como una filial de Johnson & Johnson entre otras, que se especializan en trabajar con bebés abortados, y es por eso que el Center For Medical Progress en Estados Unidos ha demostrado que Planned Parenthood hace negocio vendiendo las partes de los bebés abortados quirúrgicamente para esos laboratorios.
Esta situación nos coloca en un dilema ético pues por un lado está el hecho de que la vacuna contra el Covid-19 en muchos laboratorios está siendo investigada con material extraído de bebés abortados por lo que probablemente la vacuna puede surgir de este origen, y por otro lado está el hecho de que evidentemente una vacuna es urgente para la humanidad.
Una posible posición que podría pasar por la mente de algunos cristianos es considerar que la utilización de una vacuna que provino de células de un bebé abortado es un “mal menor” ante los casi 10 millones de contagiados y los 500 mil fallecidos por coronavirus hasta el día de hoy.
Es muy difícil pensar que en el consumo de la vacuna, una vez que surja, pueda provocar “objeción de conciencia” en virtud de la urgencia de la vacuna para salvar vidas y de la necesidad de volver a tener una vida social normal en la humanidad.
Lo que están exigiendo las organizaciones pro vida en el mundo es que se impida que exista una demanda comercial que termine promoviendo la muerte de bebés en el vientre materno, y proveyendo una macabra fuente de ingresos a una organización de paternidad planificada como Planned Parenthood.
Es tarea de los cristianos poner en oración ante Dios que las investigaciones se conduzcan por rutas distintas a la utilización de bebés abortados, pero también estar atentos a cuál será la primer vacuna en mostrar su eficacia. Ese es el caso de una vacuna que se esta desarrollando en Texas y que recibe el apoyo del gobierno federal estadounidense por no provenir de bebés abortados.
Por otro lado será muy importante que exista información de cuál es el origen de las vacunas que surjan, para que los cristianos tengamos la posibilidad de elegir aquella que tenga un origen distinto al aborto.