En las últimas semanas hemos sabido de caídas de pastores por divorcios, infidelidades y otros pecados; caídas que se han difundido amplia y rápidamente en redes sociales y medios de comunicación cristianos, lo cual es comprensible, pues esos hechos no se deben ocultar en la iglesia como Jesús nunca ocultó los pecados de sus seguidores.
No nos escandaliza la caída de un siervo de Dios, de hecho, Jesús no se escandalizó de los pecadores ni de sus pecados. Él conoce, mejor que ninguno, nuestra naturaleza humana y sabe lo propensos que somos al pecado.
Jesús reprendió a Pedro por intentar disuadirlo de morir en la cruz: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”, sin embargo no lo condenó ni lo excluyó de su grupo de seguidores. Tampoco lo expulsó a pesar de sus reiteradas caídas las cuales alcanzaron su máxima expresión cuando dijo no conocerlo.
El adulterio es un pecado tan fuerte delante de Dios, que incluso Jesús lo considera como la única causal de divorcio (Mateo, 5:32), y sin embargo perdona a una mujer adúltera (¿dónde están los que te acusaban?… ni yo te condeno) y le exhorta a no volver a pecar (vete y no peques más).
En la Palabra de Dios no encontramos autorización para condenar a un hermano pecador ni mucho menos excluirlo de la congregación. Lo que sí encontramos es un claro instructivo en Mateo 18:15-20 para corregir a un hermano del que tenemos evidencia de que peca: primero reprenderlo en privado, si reincide reprenderlo con dos o tres testigos y si aún así reincide, reprenderlo frente a la iglesia. Sólo hasta entonces, si reincide, habrá que considerar su exclusión.
Muchas iglesias suelen dar la espalda a un pastor que peca, sin embargo, en Mateo 18:15-20 vemos que Jesús nos instruye a tratar con amor fraterno a un siervo de Dios que cae, antes que condenarlo o hacer escándalo en la comunidad. El escándalo no sólo daña al pastor que cae, también daña a la iglesia sumiéndola en un bajo estado anímico y moral.
Por eso Pablo tuvo el cuidado de pedir a Timoteo, y a través de él a toda la iglesia, que antes de aceptar las acusaciones en contra de un pastor, es preciso verificar que sea verdad: “Contra un anciano no admitas acusación sino con dos o tres testigos” (1Timoteo, 5:19).
Esta petición de Pablo tiene mucho sentido, pues no se trata de que los ministros de la Palabra cuenten con estándares distintos por el simple hecho de ser ministros, sino que los pastores son un objeto especial de ataque satánico.
En general, se puede hacer mucho más daño a una iglesia por el escándalo que involucra a un pastor que por el escándalo que involucra a un miembro. El camino para hacer el mayor daño a una iglesia es el camino que involucra a los líderes. Por lo tanto, los pastores necesitan protección especial.
Sin embargo, una vez verificadas las faltas del pastor con los suficientes testigos, éste y la comunidad deben considerar seriamente la capacidad y autoridad moral para continuar dirigiendo el ministerio.
El análisis de la capacidad y autoridad para continuar dirigiendo el ministerio debe ser serio y profundamente honesto porque no es válido continuar en la dirección por el interés de conservar los privilegios que brinda.
La dirección de un ministerio requiere de una intensa fuerza testimonial en su matrimonio y vida moral, y una caída del líder puede estropear la vida espiritual y testimonial de la iglesia, por ello un pastor, como cualquier hermano de la congregación, antes de divorciarse tiene el deber de librar una feroz batalla contra el maligno que amenaza a su matrimonio; debe librar una intensa lucha por salvar su unión conyugal aún siendo la víctima de una infidelidad, y con mayor razón si es el victimario.