Una de las cosas que nos dejan ver cómo nuestra sociedad moderna se va alejando de Dios es la gran violencia que vivimos. Es ya tanta, que ni siquiera nos escandalizamos, sino que lo vemos como algo normal.
Ya no nos escandaliza escuchar por la radio o la televisión los hechos violentos, los relatos de muertos, la guerra entre dos o más naciones o entre bandas de narcotraficantes, la crueldad de los asesinatos, etc.
Homicidios, secuestros, feminicidios, asaltos, narcotráfico, todo eso inunda a la prensa y cada vez más nos acostumbramos a eso. El corazón de la humanidad se endurece día a día.
Todo esto tiene como origen la pérdida del amor a Dios en el corazón, situación que aprovecha hábilmente el enemigo del alma para conducirla por el camino de la destrucción, del odio, de la soberbia y el egoísmo.
Quizás nos preguntemos ¿y yo qué puedo hacer? Pues hay mucho que hacer y hay que hacerlo en dos frentes: combatir y prevenir. Para combatir esta situación, es necesario sobre todo, orar para que Dios cambie los corazones de quienes realizan estas acciones.
Somos conscientes de que esto llevará mucho tiempo pues el corazón endurecido del hombre es más difícil de convertir al amor, pues su afán por el dinero y la vida permisiva no son cosas que puedan erradicarse del alma con facilidad, pero hay que empezar.
Sin embargo, lo más importante es el prevenir. Y en esto, tenemos aún más que hacer, sobre todo con los hijos. Es necesario, por una parte, ir educándolos en el Evangelio para que el amor de Dios eche raíces en su corazón, pero al mismo tiempo, hay que irle cerrando el paso a toda la cultura y la información que los aparta de Dios.
Tener cuidado de lo que se ve en casa, de los juegos que tienen, sobre todo los electrónicos que muchas veces son los entrenadores para la agresión y la violencia.
Por otro lado, es necesario insistir ante las autoridades competentes para promover una nueva cultura en la que el gobierno custodie también el alma, de donde nos dice Jesús nacen el odio, la venganza y la destrucción. Evitar programas que son nocivos a la salud espiritual.
Si no nos hacemos conscientes de que todo el deterioro social nos viene de la falta de Dios en el alma y trabajamos para cambiar esta situación, no tendremos suficientes prisiones en las que sería necesario poner a los promotores de la violencia.
Oremos y trabajemos por una cultura llena de Dios. Formemos ministerios en nuestras iglesias con el propósito de promover la paz y los valores humanos. Hagamos que nuestras iglesias miren hacia la sociedad e influyan en ella.